Nuevas Categorías Políticas

Material elaborado por Enrique Mario Martínez - Presidente del INTI
Si alguna vez tuvo sentido pensar la política en términos simples de izquierdas y derechas – no lo sé -, hoy estoy convencido que eso resulta enteramente insuficiente.

El origen de la gran división fue entre quienes querían cambiar el estado de cosas de algún momento histórico y quienes no. En ese escenario, había algo que simplificaba las categorías: quienes querían cambiar, buscaban una mayor participación popular, en sociedades donde la norma había sido un gobierno de pocos, por siglos. Con matices, aún fuertes, pensaban en una misma dirección.
Ha corrido mucho mundo desde entonces. Tanta que hasta se ha convertido en una ilusión la idea de sociedades políticamente estables, como aquellas de Europa cercanas en el tiempo, donde todas las reglas de convivencia estaban definidas y cada cual podía imaginar bien cual sería su futuro. La globalización y con ella, la movilización de grandes masas de ciudadanos de las regiones más pobres del planeta, buscando insertarse en las sociedades ricas, construyeron nuevas y muy graves tensiones internas, que en muchos casos recién comienzan a procesarse. Hasta allí se ha desequilibrado la aparente armonía social.

Volviendo a aquella imagen de hace siglos, ya no es posible dividirnos entre quienes queremos democratizar y quienes están conformes con la situación actual. Ya no hay solo progresistas y conservadores. También hay reaccionarios, que quisieran desandar los caminos poco o mucho recorridos para mejorar la condición de ciudadanos, haciendo retroceder el andar de la historia.

Creo que es bastante frecuente confundir la mirada conservadora con la reaccionaria, sobre todo en países con fuertes asimetrías de calidad de vida, como siguen siendo todos los de Latinoamérica, donde hay sectores sociales que pueden oscilar entre ambas ideas, como pretendo mostrar enseguida. Esa confusión puede llevar a estrategias políticas equivocadas.

Vale la pena bucear en este tema.

¿Dónde estarían los conservadores en la Argentina?
A mi criterio, el pensamiento conservador – el que supone que lo mejor es que los políticos dejen vivir y que cada uno se arregle – está anclado en fracciones importantes de las clases medias urbanas de las grandes ciudades del país. El hecho que las elites intelectuales de las que se nutre buena parte de la dirigencia política progresista tengan su origen en el mismo sector social, me parece que oculta el hecho cuantitativo básico que éstas últimas proveen algunos miles o decenas de miles de cuadros, activistas, simpatizantes; mientras el “que se vayan todos” representó a millones.

Las elites progre no emergen como un liderazgo de clase. Son una expresión intelectual que avanza sobre la democracia representativa, la nutre de candidatos a cargos electivos y de discurso institucional esperanzador, a la vez que ayuda a darle continuidad a un mecanismo de gobierno del Estado que es delegativo y no es realmente participativo, desde hace años y años.

Podríamos decir que la democracia las genera. Pero no deberíamos creer que su discurso es el de la mayoría de la clase media, con más vocación de disfrutar su ventajosa posición social relativa, - a la vez que de temer caer hacia la condición de los pobres - que de pensar como abrir puertas y ventanas para que entren todos los que quedaron afuera.

Si esto es así: si las clases medias de grandes y medianas ciudades quieren “conservar”, ¿donde están los reaccionarios?
Simplificando, aunque no muy lejos de una adecuada caracterización: son los conservadores de hace 80 a 100 años.

Son los que pensaban – y puedan seguir pensando hoy – que era bueno, y podía ser estable, un país con la tierra en pocas manos, que exportaba granos y carne y con eso compraba todo lo necesario para el consumo y la inversión, desde las telas hasta las máquinas agrícolas.

Ese sector social, que sigue teniendo el mismo dominio sobre la tierra, además ha construido alianzas económicas fuertes con la especulación financiera internacional. Como está claro desde hace tiempo, y cada crisis del mundo central lo revalida, esta especulación se ha institucionalizado en el planeta. La representan los grandes bancos y la convalidan los Estados centrales, cada vez que una burbuja explota, con la reaparición del chantaje y el miedo al efecto de las quiebras en cadena.

Su escenario óptimo no es el actual. Es uno que ya pasó, con control sobre la deuda internacional – para ganar prestando e intermediando -, con ningún control sobre la producción primaria. Quisieran volver a él. Sin duda. No están satisfechos con el presente, como sí pueden estarlo los millones que hacen la plancha y desprecian a la política y a los políticos. Los reaccionarios no tienen esa lógica: buscan el poder; buscan la conducción del Estado, para reiterar lo que hicieron cuando la tuvieron.

Los reaccionarios no tienen fuerza numérica para conseguir ganar votaciones nacionales con esa mirada. Deben reiterar el cínico discurso de quien dijo que “si dijera la verdad no ganaría una elección”.

En ese contexto, es clave para ellos:
a) Sumar detrás suyo a sectores importantes de la clase media conservadora.
b) Controlar medios de prensa, – sobre todo televisivos – como instrumentos centrales a aplicar para abonar su objetivo.

No hay que ser demasiado sutil para entender como conduce un reaccionario a un conservador: con el miedo. El miedo a perder la vida; a perder sus ingresos; a tener que compartir con los que menos tienen. A compartir cualquier cosa: bienes, espacio público, sistemas educativos, si intuye o prejuzga que eso afecta su calidad de vida presente. Los conservadores se serenan solo cuando pueden moverse en contornos en que se saben protegidos, sea en términos físicos o económicos.

QUE HACER DESDE EL PROGRESISMO

Mas que profundizar el examen crítico de la lógica reaccionaria, gimnasia que ocupa la mayor parte de quienes la ven como la enemiga, me propongo examinar cual debiera ser una política proactiva del progresismo, especialmente hacia el pensamiento conservador.

Una primera condición para protagonizar un suceso histórico exitoso es actuar a la ofensiva, construir el escenario, en lugar de consumir tanta y tanta fuerza en examinar al adversario, al cual en definitiva de esa forma se le está asignando la hegemonía, la capacidad de definir los temas a discutir.

La pregunta poco o nada planteada en la política contemporánea argentina es:
Si admitimos que buena parte de las clases medias adoptan una lógica conservadora, qué se debe hacer desde una política progresista para evitar que esos ciudadanos sean cooptados por la reacción. Mejor: qué se debe hacer para sumarlos en la mayor medida posible a una política transformadora.

Sostengo que los intentos habituales han sido y seguirán siendo previsiblemente poco exitosos. Ellos son:

a) Desde el Estado, concentrarse en brindar los servicios que la clase media reclama desde su subjetividad. Esto es: seguridad física en términos estáticos, cuidando lo que hoy tienen; obras públicas en las ciudades. En definitiva: configurar el rol del Estado como prestador de servicios a una sociedad sin horizontes de transformación.
b) Apelar al discurso que interpela sobre las obligaciones ciudadanas, caracterizando al enemigo reaccionario e invitando a sumarse contra él.

Tanto un eje como el otro no se puede decir que son equivocados. El primero más concesivo, el segundo más controversial. El primero busca conseguir adhesiones desde la lógica del otro; el segundo convencer que hay asignaturas pendientes.
Sin embargo, los riesgos de fracaso son grandes, desde las dos vertientes. En el primer caso, se pierde aire transformador. En el segundo, se termina confrontando con el discurso del miedo, generado por la reacción, llevando la prédica a espacios abstractos, que no son convocantes para el pensamiento conservador de clase media, apegado a creer aquí y ahora, a defender lo que tiene.

Más que en la prédica, creo en acciones estructurales de variada naturaleza, que por un lado mejoren la prestación del Estado y por otro lado construyan más responsabilidades sociales para estos conservadores de nuevo cuño.
Veamos algunos casos posibles.

Un eje: Diseñar escenarios para que esa franja de la población tenga participación importante en construir una mejor calidad de vida para la generación siguiente, que por supuesto incluye a sus hijos.

Esto implica, por ejemplo:
. Resolver de manera definitiva el problema de la primera vivienda joven, con créditos de configuración imaginativa, donde participen los padres como aportantes o garantes y que sean realmente pagables a partir de los ingresos medios de esa franja etaria. Este tema debe ser encarado por fuera de la lógica bancaria tradicional, con decisiones agresivas y eficaces.

. Definir los trabajos de infraestructura en los barrios a partir de consensos ciudadanos. Las discusiones sobre la disponibilidad de agua o energía en barrios de la ciudad de Buenos Aires o sobre el tratamiento de la basura en buena parte del interior, son ejemplos paradigmáticos de cuestiones desaprovechadas por el progresismo para encontrar marcos de conducta ciudadana y de desempeño del Estado que superen las restricciones tradicionales

. Administrar todos los presupuestos de infraestructura escolar a través de las cooperadoras de escuela, sobre la base de presupuestos aprobados con participación de los padres.

. Todas las cuestiones ambientales pendientes, que son muchas, deben ser tratadas en contextos públicos, donde se advierta cómo es la comunidad la que crea buena parte de los problemas, se perciban los cambios que se requieren para alcanzar un mejor status y se comprometa a los participantes a través de participar en el diseño de las soluciones.

Se podría seguir largo. En definitiva, lo que pretendo señalar es que la clase media necesita confianza, a la vez que necesitamos que se hagan cargo de temas sociales, que perciban desde lo concreto que la tarea colectiva les mejora la vida. De lo contrario, toda esa franja queda presa de la prédica terrorista reaccionaria, mientras nosotros ni siquiera la vemos – ni siquiera prevemos sus reacciones, sean positivas o negativas - en muchas circunstancias de la vida política, tan absorbidos estamos por los escenarios que dibuja el enemigo principal, detrás del cual escondemos a las demás fracciones sociales cuya conducta no nos es afín. Serio error éste.

Para aspirar a construir de manera exitosa – no solo en teoría –un modelo nacional y popular, la identificación y el posterior control positivo del pensamiento conservador es esencial.

Esta es una condición necesaria para lo que podríamos llamar la siguiente fase: avanzar sobre las bases materiales del pensamiento reaccionario.

La democratización de los medios de comunicación es uno de los elementos para este avance. Pero el auténtico reservorio profundo del poder reaccionario es la propiedad concentrada de la tierra, con valores de superficies promedio solo comparables a los brasileños o paraguayos y muy superiores a los norteamericanos o a los canadienses. En Brasil el MST juega un partido estratégico para el cambio, que por supuesto se mantiene fuera de la prensa grande. En Argentina el MST o equivalente no existen. En su lugar existen centenares de miles de productores de escala familiar sin estructura tecnológica, ni financiera ni comercial. Existe asimismo una alianza muy fuerte entre las clases medias rurales y los grandes terratenientes, que les permite a las primeras, optar por vivir de renta pasiva, sin siquiera meter una pala en la tierra personalmente.

Al no tener contrapeso político de relevancia en la actividad industrial, dominada por filiales de corporaciones multinacionales desde hace muchos años, en lo que es una consecuencia casi directa de la falta de inversión a riesgo de los grandes capitales agrarios, la alianza agraria – financiera es el eje de la reacción. Hacia él debe enfocarse el análisis estratégico si queremos tener otro horizonte.
Aclaro qué quiero decir. Digo que la democratización absoluta en volumen y en costo del acceso al crédito bancario, así como el bloqueo de toda lógica especulativa, es condición de calidad general de vida. Digo que una política agraria donde los grandes propietarios de la tierra deban ser administradores privados de políticas públicas para beneficio general, es la otra gran condición de calidad general de vida. Sin esos dos espacios con hegemonía popular seguiremos teniendo problemas, no solo para gobernar. Esencialmente para configurar una sociedad mejor y para todos.

Emm/9.6.10