lunes, 30 de enero de 2012

La pequeña minería como camino superador


Año 5. Edición número 193. Domingo 29 de enero de 2012
Por
Enrique Martínez
politica@miradasalsur.com

Uno de los temas más transitados de la política industrial y tecnológica, aunque no resuelto, es el apoyo a las pequeñas unidades productivas. Una y otra vez se advierte que necesitan ayuda para mantenerse en el mercado o para evitar dependencias fuertes de proveedores o clientes mucho más poderosos, pero en rigor subyace en toda acción pública la idea de que esa desventaja es inexorable.Es decir: se podrá tratar de apuntalar a los pequeños, pero sólo los que pasen a ser medianos o grandes tendrán reales posibilidades de éxito. No se dice, pero es lo que se cree. En tal contexto conceptual, siempre será poco lo que se pueda mostrar como exitoso en el camino de los pequeños y la concentración será una constante, con cada vez menos empresas, cada vez más grandes, decidiendo el futuro del sector productivo.

Para salir del círculo vicioso, es útil encontrar escenarios en que el sentido común esté claramente en contra del gigantismo, de manera que puedan al menos servir de ariete para preguntarse si esa verdad no podrá trasladarse a otras actividades. El caso de la minería del oro es muy interesante en este sentido.

Es una actividad tan vieja como la civilización, ya que el oro es un metal prácticamente inerte en condiciones normales, lo cual lo coloca como candidato preferencial para hacer con él obras que nos trasciendan biológicamente o para usarlo como refugio de valor. Durante miles de años, la extracción de oro se basó en su diferente densidad con respecto a los restantes componentes de las arenas auríferas donde se lo encontró. A pesar de su muy baja proporción, el lavado con agua y el tesón de los operadores permitía sumar pepita tras pepita, a las cuales luego se refinaba fundiendo el concentrado y separando el oro de alta pureza.

Hace algunos siglos, apareció el uso del mercurio, que se amalgama con el oro y así lo extrae del mineral, separándose luego con calor. Se trata de manipular un material peligroso para usarlo en el campo y en contacto con una corriente de agua, porque dañaría todo uso posterior del líquido. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) realizó propuestas que combinan el método prehistórico y tratan luego el concentrado con mercurio, pero en una planta cerrada y controlada, para eliminar todo riesgo de contaminación pública.Pero sigue siendo un camino que exige mucho trabajo de campo y relativamente poca maquinaria.

Finalmente apareció la gran minería. Aquí se mueven enormes volúmenes de material en bruto, se usa cianuro, para producir un compuesto con oro, así como grandes volúmenes de agua. En la refinación posterior se recicla el cianuro, que se reúsa a partir de lagunas protegidas y en la etapa final se vuelve a usar mercurio.Es cierto que el proceso en teoría recicla todo el cianuro. También es cierto que las historias de problemas ambientales por fallas en el sistema son muchas, en varias partes del mundo. Pero, aparte, está el uso de agua en volúmenes muy importantes, en regiones que la necesitan para otros usos y todos los otros problemas ambientales derivados de movimiento de camiones gigantes y uso de explosivos.Parece conveniente agregar un elemento clave al análisis: No se está produciendo un elemento imprescindible para la vida comunitaria. Hay 150.000 toneladas de oro refinado en el mundo, de las que apenas un 3 o 4 por ciento se puede decir que cumplen un fin industrial necesario. El resto son joyas, reservas de bancos y de individuos. Reciclando apenas una pequeña fracción de esta cantidad se puede satisfacer cualquier necesidad imperiosa.

Se podrá decir que hay quienes quieren invertir y quienes quieren comprar el oro a producir. En efecto. Según la ley minera vigente, a una provincia que auspicie ese negocio –aunque no tenga lógica social– le quedará el 3 por ciento del valor.

¿Y si se elige otro camino? Se puede programar una minería no agresiva en la extracción, a cargo de pequeñas empresas. Se puede complementar eso con pequeñas plantas de refinación con diseño seguro y control público estricto. Se pueden agregar escuelas de diseño de joyas, promoción de unidades elaboradoras de objetos con oro, producción de componentes industriales que requieren el uso de oro. Todo eso en las mismas regiones que hoy reciben con los brazos abiertos a las megamineras por el 3 por ciento.

El sentido común sugiere que la ocupación local sería mucho mayor en la alternativa; los ingresos provinciales mayores; la contaminación controlable y tendiendo a cero.

¿Qué hace falta? Elegir el camino de poner a la comunidad por encima de todo. Buscar asistencia técnica nacional e internacional. Planificar integralmente la zona minera. Avanzar en función de los recursos disponibles y no de los cantos de sirena. Pensar y pensar. No es necesario aclarar todo lo que se ganaría.